El tiempo que nos tocó vivir by Jorge C. Oliva Espinosa

El tiempo que nos tocó vivir by Jorge C. Oliva Espinosa

autor:Jorge C. Oliva Espinosa
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Memorias
publicado: 1998-08-09T22:00:00+00:00


Tres o cuatro septiembres después

Álvarez Lozano ha sido nombrado decano de la Facultad de Tecnología de la bicentenaria Universidad de La Habana. Él y Fernández dejan el distrito, para dedicarse por entero a la docencia en la alta casa de estudios. Los demás ingenieros, que trabajan también como profesores, serán contratados a medio tiempo, acorde a la nueva reforma universitaria. Yo a duras penas mantengo, contra viento y marea, mi condición de trabajador y estudiante. Me es difícil compatibilizar los horarios de clases y los del trabajo con mi domicilio en el lejano Cotorro, donde tengo además que atender las necesidades domésticas de un hombre divorciado y solitario. Para remate, ahora mi jefe directo es Téllez, quien le ha dado la pose de hacerse el exigente. Casi empieza a pesarme el haber dejado el ejército. Mis amigos que han permanecido allí van bien. Benito es ya comandante y Vicen está, según dicen, pasando un curso de no se qué en la Unión Soviética.

En lo sentimental, el alivio que significó para mí el divorcio de Dulce no estuvo ajeno de cierta frustración. Incomprensibles cosas que suceden en el matrimonio. Aquella guajirita, sencilla y humilde, de extracción obrera, obrera ella misma de despalillo tabacalero, aspiró a convertirse en burguesa y a ascender en la escala social por ella intuida. Como contrapartida, Leticia la niña bien, de casa rica, ha enfrentado su clase y, unida al hombre que ama y respeta, ha visto marcharse del país a toda su familia. Esta muchacha es digna de admiración. Su matrimonio con un revolucionario, entregado por entero a las tareas del momento, le planteó una crucial disyuntiva, en que el amor decidió (el amor y la entereza del carácter). Manolo entregó la mansión señorial que poseía su familia y en la que quedó viviendo ella cuando todos se marcharon, recibiendo a cambio una casona también, pero incomparablemente más modesta que aquélla. Aparte de la ubicación, pues su casa, tremenda residencia, estaba en la Avenida Séptima de Miramar y no es lo mismo vivir allí que en el Vedado del Cotorro. Cuando los visité hace apenas una semana, invitado a una comida, con la que celebraban su aniversario de bodas, no pude menos que asombrarme y admirar aún más a la mujer de mi amigo y compañero. Observados desde fuera, para quienes no los conozcan, este matrimonio, a quien le ha nacido una niña preciosa que pronto cumplirá su primer añito, vive muy por encima del nivel medio. Su hogar, sin ser ostentoso, tiene todas las comodidades que disfrutaba la clase desahogada del pasado: aire acondicionado en los dormitorios, freezer y lavadora de platos en la enorme cocina, hasta una barbacoa en un rincón amable del cuidado patio. ¡Pero había que ver lo que esta mujer dejó! Ahora es ella la que cocina y atiende a su pequeña, con el mismo amor y solicitud con que enfrenta tareas domésticas para las cuales no fue preparada. Y todo lo hace abnegada y eficientemente, feliz del destino que escogió.

Manolo, por la índole de su trabajo, tiene chofer y dos máquinas a su disposición.



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